martes, 14 de abril de 2020

Rotatoria - Capítulo 1-


Misa en casa de Don Teobaldo
Son las 8:00 del decimoquinto día de cuarentena y todavía falta casi una hora para que Don Teobaldo abra la puerta de su casa provisional, que también es la provisional casa del señor donde celebra se ahora la misa. Al entrar en su salón, la primera cosa que puede apreciarse es la dispersa colocación de los asientos, la mayoría, sillas de plástico plegables de las que en condiciones normales se usan para ir de camping. El único sillón mullido que hay siempre lo ocupa la señora que vive al otro lado del rellano, Doña Casilda. Éste también se halla colocado con mucha estrategia, pues no debe olvidarse que, según las recientes normas decretadas por el Estado: las personas que se sientan en segunda fila no pueden permenecer cerca de las personas de la primera, al igual que las de tercera fila respecto a la segunda. Las personas de la derecha tampoco deben juntarse con las de la izquierda. Toser en presencia de otros está muy mal visto, y más aún si, quien lo hace, está situado frente al cura. En caso de inclumplirse estas básicas reglas, la raza humana podría llegar a extinguirse. De ahí la peculiar distribución de los asientos. Pero siguiendo fielmente estos preceptos, ¿qué hay de malo en el hecho de que los vecinos se reúnan a diario para mantener la comunicación con el de arriba? ¿Acaso no debe considerarse la misa como una de esas actividades esenciales permitidas a modo de excepción? ¿A qué clase de insensatos les despreocupa algo tan sumamente importante como la salvación de su alma?
Al otro lado del rellano, Doña Casilda en estos momentos se encuentra ya cansada de esperar para acomodarse en el sillón. La pobre mujer lleva más de una hora levantada y le ha dado tiempo a ducharse, vestirse, peinarse, desayunar, y ahora se ha puesto a pasar la escoba por el techo de las habitaciones por puro aburrimiento. Le estaba resultando harto difícil encontrar algo que hacer últimamente. No tanto por la cantidad de tiempo libre que la situación actual le dejaba, ya que lleva algunos años jubilada y a eso está más que acostumbrada, sino por el poco movimiento que había en los alrededores desde que se había anunciado el Estado de alarma. Ojalá fuese como su vecina de arriba, la joven influencer que, seguramente, se pasa el día durmiendo. Ella, sin embargo, había sido condenada con la desgracia de tener el sueño ligero. Le costaba permanecer en la cama, especialmente cuando los rayos de sol atravesaban ya las persianas, y por ese motivo necesitaba algo que hacer, algo en lo que entretenerse y con lo que poder saciar al mismo tiempo su enorme apetito de información novedosa. Demetrio, el carnicero ruso corpulento del primero, lo tiene más fácil. Al poseer una tienda de comestibles bajo el edificio, en la que, por supuesto, también se dedica a trocear carne, su vida social se ha visto un poco menos reducida. Aunque lo cierto es que a la mayor parte de su clientela lleva esas dos semanas sin verle el pelo. De hecho, desde que empezó la cuarentena, los únicos que compran allí son los inquilinos de Rotatoria, el famoso edificio del pueblo con una puerta de entrada giratoria que parece haber quedado en el olvido. Antes solía haber por allí un montón de críos jugando. A todas horas la puerta se llenaba de esos renacuajos tratando de atraparse unos a otros, y luego, cuando sus madres venían a buscarles, se pasaban a comprar unos filetes. El arquitecto que se encargó de diseñar el edificio era tan amado por unos como odiado por otros, o más bien, criticado por todos y tolerado por algunos.
Según Doña Casilda, a quien seguro que no había afectado para nada aquella epidemia que tan de cabeza traía ahora a todos, era a la niña que llevaba tres semanas viviendo con el cura. Ni siquiera la vio nunca abrir la boca. Así que no echaría de menos el contacto social ni la antigua afluencia de niños con los que nunca se mezclaba. Además, esa niña tenía algo siniestro en su mirada, siempre perdida. Qué casualidad que justamente el nuevo virus hubiese comenzado a expandirse solo un par de días después de su llegada. Y no era la única del edificio que lo pensaba. Solo esperaba que con el tiempo, Don Teobaldo pudiese expulsar todo ese mal de su interior. Los padres de la pequeña eran feriantes y se habían visto forzados a dejarla en la iglesia, a cargo del cura, tras cumplir la niña los seis años. Decidieron que sería lo mejor para ella porque de ese modo podría ir a la escuela para aprender algo diferente al oficio de feriante. A ellos no les quedaba otra alternativa que seguir con lo suyo. Nunca habían trabajado de otra cosa y los empleos escaseaban. O al menos esa era la versión oficial del asunto que casi nadie conocía. Por supuesto, Doña Casilda, que estaba al tanto de todo, opinaba que aquello no era más que una barata excusa para quitársela de encima. ¿Dónde andaban sino los padres de la niña ahora que la feria y todo evento masivo habían quedado suspendidos? De alguna forma podrían averiguar que su hija residía provisionalmente en el edificio. ¿No es el amor ese sentimiento que todo lo puede, sea cual sea la circunstancia? Demetrio le daba la razón. A pesar de sus rudos modales, de su tendencia a la bebida y del carácter que gastaba, aquel hombre en el fondo era una persona muy sensata. Desde que se conocían, no recordaba que jamás le hubiese llevado la contraria. Ya podrían aprender de su sabiduría tanto la dormilona y maleducada de arriba como el palurdo del campesino al que tiene tiene arrendado por una módica cantidad de dinero al mes. Y qué decir también del muchacho alegre que trabajaba como maquillador y cómo asesor de imagen personal... Qué decir de esa criatura tan tremendamente desviada.

A las 8:45 una bala de cañón cruzó el rellano de la tercera planta, sincronizándose a la perfección con la apertura de la puerta que sujetaba Don Teobaldo. No importaba demasiado que la ventisca le hubiese dejado a la influencer de moda todo el pelo alborotado, ya que seguramente se habría pasado la noche despierta montándose su propia fiesta en modo 'streaming' y cuando volviese de tirar la basura se iría dormir bien a gusto la mona. El cura, prácticamente calvo, tenía el pelo perfecto. Cuando se giró para volver a la sala Doña Casilda ya estaba acomodada en su asiento. 

jueves, 7 de febrero de 2019

Mesa para uno, por favor


–Camarero, en mi sopa de pescado hay mucha pena.

–Déjeme ver... No se preocupe. Enseguida se la apartamos para que pueda seguir con la cogorza.

–No quiero que me la aparten. Quiero que la conduzcan bien lejos.

–Conduciremos al centro de salud más cercano para que le miren ese pene.

–Ya no me funciona como antes...

–Lo sé, lo sé. ¿Ve el señor de aquella mesa? Su lasaña tiene lástima. No deja de mirar hacia abajo, hacia su entrepierna, al igual que hace usted. Acabo de caer en la cuenta de porqué ese comportamiento. 

–La cuenta, sí. ¿Me la puede traer lo más pronto posible?

–Ahora mismo.

–Camarero, la sopa está llena de "pelas". (guiño)

–Muchas gracias por la propina... Pero hombre, podría haber esperado al platito con el ticket...

-¡Camarero! ¡Aquí, en la mesa 5! ¡Mi amaretto está demasiado amargo!



viernes, 26 de enero de 2018

Amor sin fronteras


   Érase una vez dos paredes que querían besarse. Ante la continua desesperación de la primera, la otra se estrujó los ladrillos hasta que se le encendió la bombilla y lanzó su propuesta durante la conversa telepática de aquella tarde:

–Es solo cuestión de incitar al más propenso.

–¿Al más propenso para qué?

–Para pegarme un chicle.

–Hace un momento estabas diciéndome que era dulce como un caramelo de macedonia y ahora de repente me saltas con eso… Bueno, sí, algún tipo asociación hay por medio, ¿pero tiene que ver eso ahora?

–Pues que si Mahoma no puede ir hasta la montaña, algún tipo de porquería el camino hará.

–Me encanta cuando te pones así de filosófico.

–No es filosofía, es pragmatismo. ¿En tu barrio hay mucha gente que se entretenga mascando goma?

–Aquí eso parece ser que no está muy de moda.

–Pues por aquí es imposible transitar sin dejarse cada dos por tres alguna zapatilla, ya que otra de las tendencias de estos humanos es llevarlas desatadas. Anoche, uno de ellos se me acercó y estuvo a punto de decorarme con el pegote salivado, aunque finalmente optó por arrojárselo a una muchacha que pasaba con el Scooter.

–Cielo santo, vaya un vandalismo pintoresco. Lo típico de estas calles es pasarse el día pintando con sprays. Nada tan fuera de lo corriente.

–¡Eso es perfecto!

–Piensas igualito que las doñas y la policía.

–Claro, he ahí el inconveniente. Pero si conseguimos que ese tipo de acciones adquieran un significado para ellos, lo demás es poner cemento y cantar. Lo único que en principio tendremos que hacer nosotros es resultarle atractivos a la persona indicada, como ya te comentaba. Y a ti, con todos tus encantos, no creo que eso te suponga el más mínimo problema.

–Aiiiss…

–El efecto dominó hará el resto.

–Ya voy viendo por donde vas. ¡Es como el fenómeno de los coches abandonados!

–¡Exacto! Es lo mismo que hablábamos en nuestra primera tertulia. Recuerdo que me contaste que allí la gente mantenía la compostura solo hasta que alguien tiraba la primera piedra, pegaba la primera patada, escupía la primera flema, hacía la primera rayada, pinchaba la primera rueda, bateaba la primera luna, arrancaba el primer retrovisor, acercaba la primera llama… Y luego el pobre que vuelve de las vacaciones...

–Yo creo que puedo probar con eso de las pintadas. Hay mucha adoración hacia John Lenon y pasión por las canciones de los Beatles.

–¡Lo tienes medio hecho entonces!

–Tú, con tu alergia, lo tienes más difícil. Y lo de los chicles…

–No, mujer, ya verás cómo algo se me ocurrirá.


   Tras la excitante charla, los muros de Berlín y de Praga concentraron todo su ingenio y energía en llevar a cabo aquel proyecto. No tardaron en ponerse manos a la obra. Cada uno de ellos se esforzó para que reluciesen sus mejores fragmentos a fin de conquistar el vandalismo y posteriormente a la autoridad. El limitado ser humano de aquel tiempo apenas podía hacerse una idea de la fuerza de ese sentimiento al que llaman amor, y de lo poderoso que es a la hora de superar fronteras aun careciendo en las entrañas de centros de placer, de sistema de recompensa alguno y obviando la segregación de oxitocina o de sustancias por el estilo. Los muros están hechos de piedra, pero sin embargo no son de piedra.

   Y por fin, un buen día de 20984, los muros estaban a tan solo unos pocos metros de tocarse. Pero entonces comenzó a hacerse notable una extraña e incómoda presencia. Tras la esquina de un pueblecito medio arrasado en el sudeste de la nación alemana, apareció una tercera pared sita en Verona. La pobre había tenido que esprintar como alma que lleva el diablo para impedir que el muro de Praga y de Berlín se uniesen, pues todavía suspiraba por los cimientos del germánico, aún mucho después de su ruptura.

–Pero bueno, ¿qué diantres haces tú aquí?

–Traigo una carta para ti, de entre las muchas que hay para Julieta. Te recordará eso a otro papelito, también lleno de letras y de firmas, que sigue estando vigente, ¿no?

–¿Y cómo te has enterado de esto?

–Me lo dijo un ladrillito.

–Espero que detrás de esa capa de gomitas de colores exista una explicación que apacigüe lo que ahora mismo me corre por las grietas…

–Yo misma te la puedo dar. El muro que estás a punto de absorber con tu repugnante pintura está casado conmigo.


   Al instante de escuchar tales palabras, el muro de Praga se desplomó allí en medio. En medio de varios pueblos, carreteras y ciudades; sin que al de Berlín le diera tiempo a curarle aquel soponcio. Y de la profunda pena, que le caló hasta el más duro de sus bloques, el germánico se fue resquebrajando hasta quedar también reducido a simple gravilla. Todas las cartas para Julieta, junto a la nota para el muro casado milenios atrás –pero por una cuestión meramente política y fruto de un astuto engaño– prendieron el vuelo arremolinadas sobre los boquiabiertos humanos, que aún se preguntaban por qué habían sido incapaces durante tantas generaciones de detener aquel viscoso avance y, sin embargo, de repente, así sin más, se vinieron abajo en cuestión de unos pocos segundos. 


lunes, 22 de mayo de 2017

La ruptura sentimental


Muchas personas apuntan al sexo como el único indicativo que permite conocer el mal estado en el que se encuentra una relación. Pero esa es solamente una de las áreas que pueden verse afectadas cuando una importante unión se deshace y, por tanto, habría que extenderse algo más a la hora de hallar las señales, causas y consecuencias respecto al deterioro. El conjunto de beneficios que una relación de pareja supone para el individuo puede decirse que es bastante amplio. No tanto por su número, sino más bien por el alcance de sus partes. Y a mí parecer dichas áreas se dividirían, por ejemplo, en: protección, compartición de cargas, apoyo moral (y a veces económico), afecto, estimulación sexual, etc.

Desde hace algún tiempo las cosas en la cama no van bien. Sí. Ese parece ser un diagnóstico inequívoco de que los sentimientos de alguna de las partes se han apagado. No obstante, ¿es realmente aconsejable centrarse exclusivamente en ese punto? ¿Cuál está siendo el comportamiento de la pareja en los demás aspectos? ¿Ya no presta los oídos como antes para captar y procesar posteriormente los lamentos derivados de las situaciones cotidianas? ¿No desfila por su boca alguna que otra fórmula de retahíla analgésica? ¿La otra mitad ni se inmuta si cuando salimos de paseo en bici sufrimos una aparatosa caída, o por el contrario muestra disgusto al haberles alterado la cadencia de pedaleo? ¿Una simple e inocente sonrisa es suficiente para que nos regale un boleto con destino hacia la mierda? Vaya, ¡todo esto resulta demasiado obvio si se piensa! Pero aquí el motivo principal, insistimos, sigue siendo que el sexo, núcleo de toda relación sentimental, ya no funciona como antes. Pasemos entonces a analizar más detenidamente las cosas desde otra perspectiva.

Ahora reflexionamos en torno a nuestra propia disposición para escuchar las penas y preocupaciones de ese ser querido, ofrecer palabras que puedan servir de apoyo o, al menos, mitiguen de algún modo su malestar; los sacrificios que hemos hecho últimamente en su beneficio, la cantidad y calidad con que hemos expresado nuestros sentimientos por él/ella... Quizás, en algún momento, empezase a parecerle que ya no nos curramos los detalles como antes. Puede que incluso lo haya comentado, aunque siguiese ahí después de todo.

Sacar a la palestra estas cuestiones es necesario antes de alzar el dedo con una firme sentencia. Sin embargo, por otro lado, tampoco puede simplificarse a que el fallo se produzca en uno o en otro, o en ambos. A veces son causas externas las que originan que dos personas terminen por desalinearse o separarse de manera brusca. Y, de nuevo, siguiendo en la línea del absolutismo, existe aquí un argumento muy común que tiende a aplastar sin miramiento al resto de candidatos: Hola, me llamo Celos, y afirmo rotundamente que mi partner ya no quiere temita porque ahora babea por "X". Bueno, que se sienta atraíd@ por otra persona es una posibilidad, incluso cuando le plantan una oferta del trabajo soñado que requiere un inmediato traslado a Groenlandia y nosotros no podemos acompañarle. Lo mismo, quién sabe, tiene a un esquimal por ahí esperando impacientemente a que aterrice en el hielo para poder entrar en calor. No es descabellado del todo. Y de igual modo, la falta de información ante un posible secuestro también podría decir mucho, ¿eh? ¿Que no piden recompensa por su rescate? ¡Claro como el agua de la Bahía de Baffin! Aunque, si acaso, para disimular un poco, el amante también podría demandar a cambio una cantidad de dinero astronómica que ni de coña reuniremos jamás.

En fin. Una vez aclarado el por qué del asunto y saltando el "que si yo te dije, que si tú no hiciste, que si el esquimal... el secuestrador..." volvemos a aquellos beneficios mencionados al principio, que se harán muy patentes a medida que se vayan echando en falta. Lo primero que vamos a notar, seguramente, sea la cama muy vacía. Ya nadie pelea con nosotros por la manta. Ya no podemos hacerle el horno holandés después de haber cenado legumbres. Ya no hay retozo... Antes tampoco, decíamos. ÉSE era el problema. Pero por lo menos algo de esperanza sí seguía en pie, ya que la opción no figuraba del todo eliminada. 

Lo siguiente que también va a causarnos un enorme desconsuelo podría ser lo mucho que tooooodo nos recuerda a esa persona, como cuando vemos algún capítulo de Los Simpson y sentimos añoranza cada vez que aparece Marge de fondo con la fregona. O cuando nos cruzamos con el mocho en la cocina, apoyado estáticamente contra la pared. De repente, así sin más, nos deprimimos. Y toda la vajilla y la cubertería que hay dentro de la pica pareciese llevar su nombre impreso... aaais... Sobretodo durante los primeros días, semanas o meses notaremos irremediablemente lo asociada que tenemos a todas las cosas a nuestra ex pareja y lo mejor es que, más pronto que tarde, y por doloroso que sea, tomemos la determinación de desvincularla de cada porción de cotidianidad. Así pues, podemos agarrar la fregona, la vajilla, la puñetera cubertería, y todo aquello que consideremos perjudicial u obstaculizante para la sanación de la herida y tirarlo sin reconsideraciones a la basura. Del mismo modo, evitemos también esa serie de actividades que nos traigan el recuerdo de "tal" de alguna manera, por lo menos durante algún tiempo, sumergiéndonos mientras tanto en otras labores y aficiones que nos resulten completamente nuevas. Aún así vamos a seguir sintiendo la falta de apoyo cuando algo más vaya mal. No será lo mismo si nos desahogamos con cualquier otro que, como mucho, va a extender la mano para dar una palmadita en el hombro. No encontraremos la misma complicidad cuando bromeemos con la señora del 2º dcha. Ni lo darán todo por nosotros en un momento clave a menos que exista algún lazo de sangre que la haga burbujear con fuerza. 


Qué, quién, cómo, cuándo, por qué, a, ante, bajo, cabe, con, contra, de, ¡desde!... En definitiva, preguntas como éstas van a llenar nuestra cabeza mientras el interior de nuestro pecho yacerá vacío y comprimido. A veces se tratará de preguntas retóricas, pero de igual modo ahí estarán. Y finalmente terminaremos por percatarnos de que una simple sonrisa o mirada suyas, las de aquellos tiempos tan maravillosos, eran suficientes para moldear toda experiencia negativa que pudiese tener lugar en el día a día, incluso en esos momentos y espacios en que su cuerpo no se encontrara presente...

Fin


sábado, 7 de mayo de 2016

Basta ya


¡Basta ya de injusticias!
¡Basta de diferencias sociales!
¡Basta de sistemas capitalistas!
¡Basta ya de tanta guerra!

¡Basta de juzgar al prójimo por lo que tiene, y de despreciarle por lo que no!
¡Basta de restringir el acceso a la información que todo ciudadano debería tener!
¡Basta de generar molestos ruidos que dificultan la comprensión de las cosas!
¡Basta de los intolerables efectos derivados de las peleas!

¡Basta de los trabajos mal pagados!
¡Basta de que el pesado de arriba esté siempre fardando de la impecable calidad de su televisor!
¡Basta de que yo no pueda comprarme nunca un aparato mejor!
¡Basta de que, encima que tengo que usar una tele de mierda, no pueda escuchar el Sálvame porque en la calle los chiquillos no dejan de darse guantazos!

¡¡¡¡¡BASTA, BASTA Y BASTAAAA!!!!! 


domingo, 27 de marzo de 2016

Publicidad: La vaga explicación del producto


Un tipo muy perezoso instruye a otro sobre cómo usar un aparato que recientemente ha sido lanzado al mercado y le habla sobre sus características. Aunque ese otro escucha con atención, no se entera de mucho dado que el primero omite demasiada información, apenas se le entiende al hablar, bla, bla, bla… Y al final, cuando el interesado pregunta algo como “pero… ¿para qué sirve exactamente? ¿Hace algo más que eso?” El vago le responde que sí, pero que le eche imaginación al resto, y acto seguido se acuesta porque ya ha gastado cantidades inusuales de energía.  

sábado, 5 de marzo de 2016

Mi particular visión de la mujer perfecta



Adora a los animales.

Se le dan bien los deportes.

Es una apasionada del arte.

Domina alguna rama de la ciencia.

Escrive sin fartas de hortografia.

Toca al menos un instrumento o canta más o menos bien que te cagas.

Le encanta viajar.

Las cuestiones existenciales son una de sus principales preocupaciones.

Es magnífica en la cocina o, por el contrario, pésima.

Es peculiar en algún sentido, e incluso un poco friki.

Sabe escuchar y se puede confiar plenamente en ella.

Desborda creatividad.

Su sentido del humor es irónico y en ocasiones bastante ácido.

Es muy meticulosa y perfeccionista (aunque tiene también sus torpezas).

No le entran ganas de cambiar con frecuencia los muebles de sitio.

No hace ningún tipo de ruido al comer (especialmente con los cubiertos).

Mantiene los cajones y estantes bien organizados y ordenados.

Detesta las drogas y todo lo que las envuelve.

Entre sus gustos musicales se encuentra el género metal.

Lo poco cursi que es sabe ocultarlo bien.

Si utiliza algún eufemismo, lo hace solo con recochineo.

De vez en cuando su voz suena un poco ronca o “rota”.

No cree en las típicas absurdas supersticiones, pero puede tener alguna propia.

Cuando le duele algo se vuelve encantadoramente insoportable.

Es tan competitiva que le fastidia perder hasta a La Oca.

Por lo general es generosa.

No invade ni airea la intimidad de nadie y sus críticas están siempre justificadas.

Invierte en placer de forma sabia.

Ocasionalmente tiene alguna regresión a su tierna infancia; es decir, le gusta un poco hacer el gilipollas.

Aunque no cabe duda de su género sexual, tiene un punto ambiguo.

Posee algún talento aparentemente inútil.

No ronca dormida, ni tampoco despierta.

Con ella existe contraste entre los momentos de ñoñería / ratos de hacerse mutuamente la puñeta.  

No es rencorosa, pero tampoco deja correr las cosas sin más tras una discusión. 


lunes, 7 de septiembre de 2015

Cagada pública


Un tipo está en un local atestado de personas y, justo antes de irse, le entra de repente un apretón. Como es un poco maniático, utiliza una cantidad astronómica de papel para forrar la taza del wc hasta el último recoveco y se acomoda con cuatro de sus sentidos en alerta.

El acto de liberación no se prolonga demasiado debido a la urgencia, y una vez realizadas las maniobras propias de clausura, casi todo el papel higiénico que retenía a las bacterias en sus fronteras, repentinamente cae dentro del retrete. De modo que ya no es viable un rescate para depositarlo en la papelera. El tipo echa una mirada al rollo ya pelado, esboza una mueca y arranca el minúsculo trozo que queda pegado para tirar con él de la cadena. El wc se va embozando y no sabe qué hacer. Rotación tras rotación se queda aun más confuso de lo que está. Lo intenta, Dios lo sabe, aunque al instante de agacharse esa acción se convierte en simple amago y finalmente se marcha de allí por piernas.

A continuación va a hacer la compra, vuelve a casa, pasa el aspirador, prepara la comida y se la zampa, teclea un rato en su ordenador, mira la tv en el sofá y la apaga antes de irse a dormir. Nada más sonar el despertador, el tipo se levanta, se ducha, desayuna, se cepilla los dientes y sale de casa. Al llegar al mismo lugar público del día anterior se encuentra con un recibimiento inesperado. El dueño del establecimiento, muy animado, le presenta ante los demás clientes con un micrófono y seguidamente alguien se acerca para colgarle una medalla de un reluciente color dorado. Aunque un poco abrumado, el tipo no tarda en cogerle el gusto a toda aquella parafernalia. La gente está tremendamente alborotada. Algunas fans alargan el brazo para que les firme un autógrafo. Otras no resisten tanta emoción y se desmayan.


De pronto, no obstante, sus oídos vuelven a activarse en plena bronca por haber dejado el baño hecho una pocilga, mientras los aplausos se revelan en hostias. Chicas desmayadas a su alrededor, en realidad, sí que había. De hecho, muchas. La alfombra que decoraba su paso era un poco blanca, pero sobre marrón. El reluciente color dorado de la medalla... En fin. Queda clara la moraleja.

martes, 27 de enero de 2015

Tercer pasillo a la derecha


Primera cita


Chico y chica tienen una cita. Se encuentran en un precioso parque, se saludan cortésmente, pasean con tranquilidad, lanzan migas de pan a los patos, etc. hasta la hora de comer. Entonces entran en un glamuroso restaurante donde el chico tenía hecha una reserva. Él, caballeroso, retira la silla para que la chica se siente y ella se lo agradece haciendo gala de sus buenos modales. Cuando aparece el camarero para tomarles nota, el chico pide una ensalada y la chica se decanta por todos los demás platos de la carta, especificando que se los sirvan de una vez porque le gusta ir picando un poco de cada uno. Él le comenta, sorprendido: “vaya, sí que tienes hambre”, mientras echa disimuladamente un vistazo a su billetera por debajo de la mesa. Y ella le contesta que ha desayunado poco.

Intercambian unas palabras sin dejar de sonreírse. Aunque no se puede oír lo que dicen, por los gestos se intuye que el chico le hace varios cumplidos y ella está encantada. Todo parece ir fenomenal. Ambos se gustan. Puede percibirse una fuerte química entre los dos.

Una vez que toda la comida está sobre la mesa, la chica mira a su cita, muy pícara, y con una dulce voz susurra: “preparadooos… listooooooos… ¡YAAAAAA!”, y acto seguido comienza a devorar los manjares a lo bestia. Empieza por un plato de espaguetis, llevándoselos a la boca a una velocidad extrema. Mientras los va sorbiendo, coge cosas a puñados de varios platos como si le faltasen brazos para abarcarlo todo. Luego agarra un par de costillas y se pone a morderlas y a roerlas como una cerda, lanza uno de los huesos hacia atrás, se aplasta otro puñado de canapés de caviar contra la boca, le da unos cuantos mordiscos a un calamar, hunde la cabeza en el plató de vichyssoisse… 

Se mancha toda la cara y su elegante vestido, y también salpica a la gente de otras mesas que hay sentada a su alrededor. Pero una vez que ha terminado de comer, recobra la compostura; vuelve a ser la señorita educada que fue durante el resto de la cita y se limpia la boca con la puntita de la servilleta, dándose unos leves toquecitos sobre los labios.